
Dar voz: La seguridad de los niños migrantes: puerta de todos, para todos*
*Por Senador Daniel Ávila Ruiz
Desde hace un par de meses las noticias sobre nuestros niños migrantes, y de infantes de Centroamérica, han sacudido a la opinión internacional y a los gobiernos de Estados Unidos y México. Deberían estar inquietándonos a todos.
Los medios de comunicación han difundido y documentado la terrible situación que enfrentan miles de niños no acompañados durante su trayecto hacia Estados Unidos; también el miedo, la soledad, el hambre y la persecución que viven al llegar a su destino. Razones, son tantas como hay historias de vida: hambre, abandono, inseguridad, miedo, peligro; también, esperanza, sueño y reencuentro. Son historias de vida. Lo que debería avergonzarnos es que sea hasta ahora que notemos tan dramática realidad.
No sabemos el número de niños mexicanos o centroamericanos que han buscado llegar a Estados Unidos de manera ilegal; menos si están o no acompañados por adultos, padres o tutores. Un informe del Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos (CRS) señala que en 2009 fueron más de 19 mil los capturados en las fronteras, pero es sólo un dato que, por las condiciones de ilegalidad en la que transcurre la migración, no capturan la cifra “negra”.
Según el CRS, hasta 2009 la mayoría de los niños aprehendidos por las autoridades fronterizas de ese país (82%) eran mexicanos, pero desde entonces la proporción se ha volcado en los niños salvadoreños, guatemaltecos y hondureños, que sumaron 73% de las detenciones. ¡Cuántos peligros y dolores habrán tenido que afrontar para llegar desde sus países, a través de México, hasta Estados Unidos!
Las opciones jurídicas para un niño no acompañado que inmigra ilegalmente a Estados Unidos son pocas. Como explica el CRS, deben ser menores de 18 años, no tener un pariente o custodio legal en Estados Unidos y un tutor que no pueda proveerlo de cuidados y custodia física. Además, se requiere que una corte juvenil haya declarado que el menor carece de la posibilidad de reunificación familiar debido al rechazo, el abuso o el abandono.
En Estados Unidos el tema de los niños migrantes no acompañados ha ocupado a investigadores, autoridades y organizaciones de la sociedad civil desde principios de año. Un ejemplo son las encuestas realizadas por el Centro de Investigaciones Pew, que analizan el clima de opinión estadounidense.
De acuerdo con el Centro Pew, más de 70% de los estadounidenses reprueba la manera en la que el presidente Barack Obama ha trabajado en el tema; 53% considera que las instituciones de su gobierno deben ser más expeditas al analizar cada caso; 68% está a favor de la legalización en el estatus migratorio y el mayor apoyo a la legalización de los niños migrantes no acompañados proviene de los menores de 30 años. Sorprende, y no, que los hispanos sean el grupo más dividido al emitir opiniones sobre este tema: 49% apoya la legalización; 47% se opone a ella. Sorprende, porque son niños que, en muchos casos, provienen de sus países. No sorprende, porque parte la comunidad latina ha expresado durante años, mediante opiniones y acciones, su temor a que los nuevos inmigrantes resten sus oportunidades laborales, educativas y de seguridad social.
Cada vez que encuentro estos temas en el escenario nacional e internacional me doy cuenta que la realidad es mucho más compleja de lo que admite una primera lectura. Que no existen dos lados en una moneda, sino figuras polifacéticas, con multiplicidad de voces, demandas, ideas y propuestas. Que muchas buenas intenciones e ideas se pierden sin más. Y que, aunque no podemos imponer verdades, podemos mover almas.
Al pensar en nuestros niños inmigrantes todos deberíamos mantener en mente que “siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y se deja entrar al futuro” (Graham Greene). ¡Abramos la puerta, grande, larga y permanente para nuestros niños!
*Columna publicada originalmente en elpuntocritico.com [julio 29, 2014]