Las vaquerías yucatecas: ¡conservamos nuestro pasado, para ver el futuro: nuestras tradiciones!*
Senador Daniel Ávila Ruiz
Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir
Alberto Llegas Camargo
La tradición no es la historia. La tradición es la eternidad
Castelao
Julio y agosto son meses de fiesta en mi estado, Yucatán. En muchos municipios celebramos la vaquería, una fiesta cuya tradición se remonta a los tiempos de la Colonia, pero cuya esencia, con gozo, hemos mantenido durante siglos. ¡Qué orgullo!
La vaquería, nació en tiempos coloniales para conmemorar la “hierra” de ganado vacuno en las haciendas y que, a su término, se festejaba con bailes, alegría y jarana. Al abrigo de enramadas, la fiesta, tradicionalmente, se divide en 3 episodios: la misa, la corrida de toros y el baile comunitario. La tradición se ha mantenido, con pocos cambios.
Las mujeres lucen, erguidas y bellas, los hermosos ternos. Se trata de vestidos, en tres partes, bordados a mano con jornadas de al menos 6 meses de trabajo: jubón, huipil y fustán componen al terno.
Los bordados se distinguen por su dificultad, trabajo y creatividad. De acuerdo con las expertas el más complicado es el “xocbichuy”, o punto de cruz, que en ocasiones de mezcla con el “manicté”, que es un calado o deshilado a mano para formar figuras o flores mediante amarres.
El resultado: toda una fiesta de color. Flores en tonalidades verde, azul, morado, lila, amarillo, escarlata, rojo, naranja. Vibrantes, como son los colores de mi tierra.
Los hombres también lucen la gallardía de mi gente. Se compone de una filipina de lino blanco, con botonadura de oro, pantalón blanco, y se completa con el sombrero y alpargatas. La filipina o guayabera hace honor a las manos de nuestras mujeres; deshilados y bordados que, con amor y dedicación, realizan a mano durante meses. El sombrero, elegante y nuestro, es obra de la destreza de muchos hombres de mi estado.
La jarana es todo un derroche de alegría, baile, elegancia, coquetería y la picardía que estimula a la inteligencia. Luego de un tiempo de baile inician las “bombas”, que dan cátedra sobre poesía popular (¡tan bella!) y acerca de la capacidad y velocidad de análisis y respuesta.
He escuchado tantas que cuesta trabajo elegir. Por ello me decido por las que, con una lectura, primero sonaron en mis recuerdos de niño:
En la puerta de tu choza
hay sembrado un tamarindo;
pero tú eres más hermosa
y tu semblante más lindo.
Cuando tú estás zapateando
con ritmo tan lindo y tierno
parece que estás bordando
con los pies tu lindo terno.
Con tu lindo zapateo
que te envidia el mismo suelo,
te juro mestiza hermosa,
que aplaude Dios desde el cielo.
Tú eres manteca
yo soy arroz
¡Qué buena sopa
haríamos los dos!
Tienes los más lindos ojos
que en toda mi vida he visto,
pero me llena de enojos
que para ellos yo no existo.
Quisiera ser zapatito
de tu diminuto pie,
para ver de vez en cuando
lo que el zapatito ve.
Yo quiero que tu mirada
encienda esta bomba local
y quede luego apagada
con esa tu boca letal.
Tus lunares tan graciosos
te hacen niña presumir
recuerda que sé de uno
que a nadie puedo decir.
*Columna publicada originalmente en El Sol de México [agosto 11, 2014]