• La solidaridad en México*

    *Por Senador Daniel Ávila Ruiz

    Nadie sabe lo que puede durar un segundo de sufrimiento
    Henry Graham Greene

    En La Pintada, Guerrero: 

    “El que pudo correr se fue a las huertas. (El derrumbe) tapó casas y las mandó al río. La mitad de las casas fueron tapadas y sepultadas. Cada quien buscó refugio”, (Marta Álvarez, El Sol de México, 20 de septiembre de 2013).

    “Nosotros nos cuidábamos del río y se nos vino abajo el cerro”, Natalia Márquez (El Universal, 20 de septiembre de 2013).

    La Pintada, una pequeña comunidad cafetalera al norte de Acapulco, es la comunidad más lastimada por uno de los dos huracanes que recorrieron gran parte de nuestro país: se calcula que 80 de las 300 personas que allí vivían están bajo toneladas de lodo. Y dos tercios del país, según reporta El Sol de México, sufren los efectos de la conjunción de Manuel e Ingrid: es una combinación que no vivíamos desde 1958. Hasta ahora existen más de 100 muertos, cientos de desaparecidos y más de 220 mil personas damnificadas, por lo que 155 municipios recibieron declaratorias de emergencia.

    Vivimos en un mundo pleno de noticias. Sin embargo, tendemos a olvidar que los efectos de fenómenos naturales de esta envergadura se extienden a todos los aspectos de la vida cotidiana de la población que los vive. Historias, hay muchas: mujeres embarazadas a punto de dar a luz; padres de familia que, con armas, piedras y palos, tratan de proteger lo que haya quedado de su patrimonio; personas que no pueden acceder a servicios médicos o a los medicamentos que requieren para atender enfermedades crónicas; niños con hambre.

    También nos inclinamos a dejar de lado que entregar despensas, medicamentos o enseres de limpieza sólo es una manera de mitigar las carencias inmediatas, pero que el camino de las familias afectadas es largo, sinuoso y muy doloroso. Cuando todo se pierde, sólo queda la voluntad y la solidaridad para volver a construir.

    Todavía no tenemos un padrón completo sobre el número de viviendas, con enseres y pertenencias personales incluidas, que se perdieron en el país, y que dejan en total desamparo a miles de familias. Podemos imaginar la magnitud si pensamos que sólo Chilpancingo hay 70 mil damnificados.

    Los retos en educación y salud también son inmensos. De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública, 43 mil planteles escolares en diez estados tienen daños considerables y al menos 500 son pérdida total. Sin duda, es uno de las grandes desafíos que tendremos que enfrentar: nuestros niños ya han perdido muchas clases como resultado de la ausencia de muchos maestros; ahora, además, muchos de ellos en Guerrero, Veracruz, Tamaulipas, Puebla, Hidalgo, Zacatecas, Colima, Chihuahua, Sinaloa y Oaxaca carecen de un espacio seguro y digno para continuar con su educación.

    En salud, a las afecciones que ya tenían las personas en las zonas afectadas, hay que añadir potenciales riesgos derivados de las inundaciones. En Sinaloa, por ejemplo, ya se anunció una campaña masiva de fumigación para evitar que las aguas anegadas se conviertan en focos de infección por dengue y otras enfermedades.

    Los yucatecos conocemos el dolor, la inquietud y el miedo que generan los huracanes; los hemos vivido muchas veces. Y nos hemos reconstruido gracias a nuestra fuerza de voluntad y persistencia, pero con ayuda solidaria. Recordemos, pues, que hoy hay niños, ancianos, jóvenes, madres y padres de familia que requieren, con urgencia, de nosotros. Que a México, hoy y siempre, le sobren manos, brazos y piernas: “Si precisas una mano, recuerda que tengo dos” (San Agustín).

    * Publicado originalmente en El Sol de México [octubre 1, 2013]

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