• Carencias educativas, sociales y desintegración social: semilla de la violencia en Guerrero

    Nadie puede hacer un bien mientras hace daño a otro.
    La vida es un todo indivisible.
    El hombre no posee el poder der crear vida.
    No posee, por consiguiente, el derecho a destruirla.
    Lo más atroz de las cosas de la gente mala es el silencio de la gente buena.

    Mahatma Ghandi

    La violencia duele. Sea en Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Michoacán o en tierras y naciones lejanas. Duele, porque su consecuencia siempre es más violencia, porque pareciera que siglos de vida no nos han convencido que la agresión a todos daña.

    La semana pasada investigadores del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República nos entregaron un reporte sobre la violencia en Guerrero y las condiciones socio-demográficas que caracterizan a dicha entidad. Se trata de un texto que nos confronta con una dura realidad: Guerrero es el estado con el mayor número de homicidios dolosos y el sexto en secuestros; es también la entidad con mayor nivel de rezago social y con graves deudas en materia educativa.

    En 2010, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, cerca del 17% de la población con 15 años o más en Guerrero es analfabeta, frente a 7% a nivel nacional; 61% de los niños entre 6 y 14 años no asiste a la escuela, en tanto que el promedio nacional es de 5%; 48% no cuenta con agua entubada; 4% no tiene acceso a energía eléctrica; 23% no goza de drenaje.

    Por su situación geográfica, Guerrero se ha convertido en un lugar estratégico para la producción y el tráfico de drogas: produce 90% de la amapola sembrada en el país, que se concentra en los municipios de Teloloapan, Arcelia, Totolapan, Coyuca de Catalán y Cuetzala, entre otros, y grandes cantidades de meta anfetaminas. Desde Iguala se distribuyen estas y otras sustancias prohibidas hacia el resto del país. En ello influye que al menos cuatro de los grandes cárteles de la droga de México tengan presencia activa en Guerrero:

    De acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, de los 20 municipios con las tasas más elevadas de homicidios en México cinco se ubican en Guerrero (Acapulco, Zihuatanejo, Iguala, Chilpancingo y Taxco). Las autoridades federales y estatales han tratado de enfrentar este fenómeno con presencia de la policía federal, el ejército y la marina en 15 ayuntamientos guerrerenses. Pero la realidad nos superó.

    Son evidentes las carencias en el desarrollo social, la descomposición que implican las organizaciones criminales, la impunidad y la corrupción, así como la falta de acciones que fortalezcan la convivencia pacífica y el tejido social, Guerrero y todo México se duele ante los resultados, la violencia, la agresión y el encono. Y duele más porque las víctimas son los 43 jóvenes y sus familias, pero también generaciones que no vislumbran una vida con expectativas de crecimiento y bienestar, que -seguramente- entenderán su futuro como una lucha permanente para preservar su integridad, seguridad y vida. Sus sueños tendrían que ser otros: educación, compañía, salud, desarrollo de sus capacidades y tranquilidad.

    Hoy todos tenemos algo que hacer por esos y muchos niños y jóvenes en el país. Nuestras acciones debieran basarse en la paz, en la construcción. La protesta violenta no ayuda a nadie. Es hora de la protesta constructiva. Es hora de las ideas, del trabajo, de la compañía. De la paz.

    *Artículo publicado originalmente en El Sol de México [noviembre 15, 2014]

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